Mientras Facun leía con detenimiento los periódicos en busca de alguna pista que recondujera sus investigaciones, Minaco y DeSqueran entablaron una animada conversación a cuenta del último partido contra los culerdos.
– Parecíamos barbudos alrededor de una fogata en Sierra Maestra, acechados por la hegemonía de un modelo que se apropió incluso del monopolio moral, y que despreciaba a cuantos intentaran jugar/existir en una ley diferente a la difundida por los evangelizadores -afirmó Minaco.
– Efectivamente, el debate no se organiza sólo en torno a Mourinho, sino a la idea de fútbol de Mourinho, y sobretodo se sobreexcita cuando resulta que esa idea de fútbol pone en aprietos a la del Barça/España e incluso la bate. Por ahí muchos ya no pasan -sentenció DeSqueran.
– Demostremos nuestra amplitud de miras y demos la bienvenida a los que preferían ser paralíticos del señorío y del anacronismo antes que rebeldes agitados todavía por una noción de destino.
– Sí, al pensamiento único le sale siempre una resistencia cuyos miembros se reconocen entre ellos por un sexto sentido, como decía Monterroso de los enanos. Estamos solos y por tanto nos unimos por una mera cuestión de supervivencia. Mourinho le ha devuelto a los aficionados de una forma dramática el orgullo de ser madridistas.
Basilio, que andaba con la oreja pegada, deleitándose ante tanta sabiduría, no pudo reprimir dar la puntilla a semejante intercambio de impresiones:
– El mourinhismo es la ruptura ambiental, la huida del clima predominante. El talento para determinar el clima emotivo del deporte.
Ante las inefables revelaciones de las que estaba siendo testigo, Facun clavó la mirada en aquel trío de expertos que parecía tenerlo todo atado y bien atado. Buscó el guiño cómplice de alguno de ellos, y al no encontralo, sacó su móvil y llamó a su zorrita.
– Cariño, soy tu lobo. Las cosas por aquí no pueden pintar mejor. ¡Estamos confiantes!
Y colgó. Sabía que su lacónico mensaje bastaría para que todos en su pueblo supieran de sus proezas en tierra de campanarios. Y antes de que le embargara la nostalgia, la voz de Minaco le despertó de su trance:
– Facun, necesitamos encontrar algún refugio donde escondernos y planear nuestros próximos movimientos. Sígueme.
Acompañados de Basilio llegaron a la Sagrada Familia. Minaco paró frente a la entrada y se dirigió al héroe de este relato:
– Mira, Facun, el castillo de mi familia, la dinastía Capaldi, dominadores del mundo desde el siglo IV antes de Megalol hasta la caída en desgracia del Padre Karras. Una historia demencial de la que ahora yo te hago partícipe.
– Gracias, Minaco, no esperaba menos de un mamarracho de tu categoría.
Basilio, atónito, comenzó a hacer palmas, señal inequívoca de quién sabe qué. En cualquier caso los tres se adentraron en el interior de aquella peculiar fortaleza. No había tiempo que perder.